
La primera vez que escuché sobre la danza del Zalongo, me costó creer que fuera real. No por lo improbable del hecho, sino por lo profundo de su simbolismo: mujeres, madres, ancianas y niñas, todas tomadas de la mano, cantando y bailando antes de lanzarse al vacío desde una montaña. No era una leyenda, no era un mito: era historia. Una de esas que se clava en la memoria colectiva no solo de un país, sino de toda una humanidad.
Este episodio, ocurrido en 1803 en la montaña de Zalongo, en el norte de Grecia, representa uno de los momentos más oscuros —y al mismo tiempo más complejos— del conflicto entre los griegos suiliotas y el Imperio Otomano. En una época marcada por la violencia, la opresión y el dominio imperial, decenas de mujeres griegas, rodeadas y sin escapatoria, tomaron una decisión tan radical como dolorosa: lanzarse por un precipicio con sus hijos antes que ser capturadas.
Hablar de la danza de Zalongo es hablar de muchas cosas al mismo tiempo: del terror de la guerra, del peso de las decisiones extremas, del rol de la mujer en los relatos históricos, y de cómo el tiempo transforma una tragedia en símbolo. No es un acto heroico. Tampoco es un sacrificio glorificado. Es una tragedia que merece ser contada sin filtros, para que no caiga en el olvido ni se repita bajo nuevas formas.
El contexto histórico: El conflicto entre los suiliotas y el Imperio Otomano
Para entender lo ocurrido en Zalongo, hay que volver a una Grecia muy distinta a la que conocemos hoy. A comienzos del siglo XIX, el país no era un estado independiente. Estaba bajo el dominio del Imperio Otomano, y distintas regiones resistían como podían, formando alianzas, organizando milicias, o simplemente huyendo.
Entre esas regiones se encontraba Souli, una zona montañosa y difícil de controlar, cuyos habitantes, los suiliotas, eran conocidos por su espíritu combativo. Vivían bajo un sistema casi comunitario, con una fuerte tradición de autonomía. Pero su independencia se convirtió pronto en un problema para Ali Pasha, gobernador otomano de la región de Epiro, quien decidió someterlos.
La guerra entre los suiliotas y Ali Pasha duró años. Fue una lucha desigual: una comunidad montañesa contra un ejército bien armado. A medida que la resistencia suiliota se quebraba, las familias eran obligadas a huir, desplazándose a zonas más altas, más remotas, más solitarias. Fue en una de esas huidas, en Zalongo, donde se produjo el desenlace más trágico.
Cercadas por las tropas de Ali Pasha, sin recursos ni salida, un grupo de mujeres —junto con sus hijos— se vio acorralado. Ya no había esperanza de escape. La captura era inminente, y con ella, la humillación, la esclavitud, la violencia. No lo sabían con certeza, pero lo intuían: el destino que les esperaba era peor que la muerte.
El contexto nos revela que no fue un acto impulsivo, sino el resultado de una secuencia brutal de represión, persecución y desesperación. Entender ese momento histórico es clave para no romantizar la tragedia, sino para colocarla en su justa dimensión.
¿Quiénes fueron las mujeres del Zalongo?
Se sabe poco de sus nombres. Algunas fuentes mencionan figuras como Despo, una mujer que presuntamente lideró el grupo. Pero la mayoría de los registros han quedado diluidos en el anonimato de la tragedia. No eran heroínas míticas, ni figuras públicas. Eran mujeres comunes: campesinas, madres, esposas, abuelas, niñas.
Lo que las unía no era una ideología política ni un ideal de lucha nacionalista, sino una realidad concreta: estaban atrapadas, sin salida, bajo la amenaza de un enemigo que no les ofrecía ni dignidad ni vida. La decisión de lanzarse por el precipicio no fue colectiva en un sentido moderno —no hubo una asamblea ni un consenso explícito—, pero se fue construyendo en cadena, de forma intuitiva, a medida que entendían que no había otra opción aceptable para ellas.
¿Estaban convencidas? ¿Sentían miedo? ¿Pensaban en sus hijos? Probablemente todo al mismo tiempo. Y quizás por eso decidieron hacerlo bailando, como una forma de enfrentar la muerte con el poco poder que les quedaba: el de su propia decisión. La danza no fue un acto teatralizado, sino un gesto simbólico cargado de angustia, desafío y resignación.
Este acto fue posteriormente narrado por poetas, historiadores y cronistas de distintas épocas. Algunos lo exaltaron, otros lo lloraron. Pero lo cierto es que las mujeres del Zalongo no buscaban dejar un legado. Solo querían evitar un destino que no podían aceptar.
El suicidio colectivo: entre tragedia, libertad y símbolo
Hay algo profundamente inquietante en imaginar a un grupo de mujeres cantando mientras caminan hacia la muerte. Es una imagen que no se olvida. Pero más allá del impacto emocional, el suicidio colectivo en Zalongo plantea dilemas éticos, culturales y políticos que deben ser abordados con sensibilidad.
Desde la historia, el evento ha sido interpretado de múltiples maneras. En Grecia, se convirtió en símbolo de la lucha contra la opresión otomana, y más tarde, en emblema de la independencia nacional. Pero esa narrativa ha sido criticada por simplificar y glorificar lo que, en el fondo, fue una tragedia irreversible.
Desde una perspectiva de género, el acto también ha sido utilizado de forma ambigua. Por un lado, ha servido para visibilizar la fuerza y la agencia de las mujeres en contextos de guerra. Por otro, ha sido explotado como una forma de idealización patriarcal: «mujeres puras que prefieren morir antes que deshonrarse». Esa visión, lejos de empoderar, encierra a las víctimas en un rol pasivo y simbólico.
En la práctica, el suicidio colectivo en Zalongo fue un grito silencioso frente al horror. No fue un acto glorioso, sino una elección trágica dentro de un abanico limitado por la violencia. Recordarlo no implica repetir sus símbolos, sino comprender sus causas y consecuencias.
El poder simbólico de la danza de Zalongo en la identidad griega
Con el tiempo, la tragedia de Zalongo fue ganando un peso simbólico que excede los hechos concretos. Lo que ocurrió allí en 1803 no fue solo una catástrofe humana, sino el nacimiento de un símbolo nacional. Grecia, que décadas más tarde comenzaría su guerra de independencia (1821), encontró en ese acto un relato poderoso: mujeres que murieron libres antes que vivir oprimidas.
Este tipo de relatos son comunes en las naciones que buscan forjar una identidad colectiva. En el caso de Grecia, el episodio de Zalongo fue rescatado, transformado en poesía, dramatizado en teatro y canciones populares, y más tarde utilizado como recurso educativo y patriótico. La narrativa dominante lo presenta como un símbolo de resistencia frente al invasor otomano, y también como una muestra de la valentía femenina.
Sin embargo, este proceso de mitificación también corre el riesgo de silenciar matices incómodos. Por ejemplo: ¿por qué el sufrimiento de las mujeres se convierte en símbolo solo cuando termina en tragedia? ¿Dónde están las voces de esas mujeres? ¿Cómo contar la historia sin romantizar la violencia que las empujó al abismo?
Personalmente, creo que debemos mantener una doble mirada. Por un lado, reconocer que la danza de Zalongo forma parte de la memoria histórica de Grecia y de su construcción identitaria. Por otro, no caer en la trampa de la glorificación automática. Es importante usar este símbolo no para consolidar un nacionalismo vacío, sino para recordar los efectos destructivos de la guerra, la violencia de género y la deshumanización que puede surgir del poder.
El poder simbólico de Zalongo no reside en el salto al vacío, sino en lo que representa: la última frontera de la dignidad, el derecho a decidir, incluso en el abismo.
La montaña de Zalongo: del sacrificio al monumento
El sitio donde ocurrió esta tragedia sigue en pie: la montaña de Zalongo, en la región de Epiro. Su silueta imponente domina el paisaje, y en su cima, desde 1961, se alza un monumento que busca inmortalizar lo que allí sucedió.


La escultura —de más de 13 metros de altura— muestra una fila de mujeres tomadas de la mano, avanzando en curva hacia el vacío. Fue creada por el artista Georgios Zongolopoulos y es visible desde varios kilómetros de distancia. Su diseño es abstracto, moderno, pero profundamente emotivo. Caminar hasta allí implica subir cientos de escalones, como un acto de memoria activa, una especie de peregrinación laica hacia una herida histórica.
Cuando uno está ahí arriba, rodeado de silencio, no puede evitar imaginarse la escena: el viento golpeando la cara, los ecos de un canto que ya no se escucha, el vacío que se abre a pocos metros. Es un lugar que duele. Pero también invita a reflexionar.
El monumento ha sido parte de celebraciones, conmemoraciones escolares, homenajes nacionales. Pero también ha despertado debates: ¿es correcto celebrar un suicidio colectivo? ¿No deberíamos más bien enfocarnos en los motivos que lo provocaron? La montaña de Zalongo, como espacio físico y simbólico, refleja esas tensiones.
No se trata de quitarle importancia, sino de darle contexto. El monumento no debe ser solo una postal turística o una parada escolar. Debe ser una llamada de atención sobre lo que ocurre cuando las mujeres —y las personas en general— son llevadas al extremo por la violencia estructural, la ocupación y la desesperanza.
Danza de Zalongo y feminismo: heroísmo más allá del tiempo
Durante años, el relato de Zalongo fue utilizado desde una perspectiva patriarcal: como prueba de la “virtud” de las mujeres griegas, de su “pureza”, de su “deber cumplido”. Es decir, como un sacrificio que confirmaba los valores tradicionales. Pero desde una perspectiva feminista, este relato merece una relectura crítica.
Lo primero que hay que entender es que estas mujeres no murieron por su país, ni por una bandera, ni siquiera por una causa religiosa. Murieron porque no tenían alternativas. Porque la esclavitud, la violencia sexual, la humillación eran el otro lado de la moneda. Y eso no es heroísmo, es una tragedia nacida del patriarcado y del colonialismo.
Aun así, su gesto también puede leerse como una forma extrema de agencia: frente a un mundo que les negaba toda autonomía, eligieron su destino. Una elección desesperada, sí, pero elección al fin. En ese sentido, el feminismo puede reivindicar a las mujeres del Zalongo no por cómo murieron, sino por lo que representa su historia: la necesidad urgente de dar voz a las mujeres en los relatos históricos, de visibilizar su sufrimiento, y de exigir que jamás se repitan las condiciones que llevaron a esa decisión.
En la actualidad, hablar de la danza de Zalongo desde un enfoque feminista implica cambiar el foco: no glorificar la muerte, sino comprender las estructuras que la produjeron. Y sobre todo, comprometerse con un presente y un futuro donde ninguna mujer tenga que elegir entre el abismo o la sumisión.
Impacto cultural e internacional del evento
Aunque la danza de Zalongo es un acontecimiento profundamente griego, su eco ha llegado mucho más lejos. Escritores, historiadores y artistas de todo el mundo han abordado este episodio desde distintas disciplinas. El evento ha sido citado en estudios sobre resistencia civil, analizado en obras de teatro, novelas, e incluso comparado con situaciones de opresión en otras culturas.
Uno de los enfoques más interesantes proviene de fuera de Europa. En el Caribe, por ejemplo, autores como el profesor cubano Emilio Infante han encontrado en la danza de Zalongo una resonancia simbólica con actos de resistencia de mujeres esclavizadas en América. La conexión no es literal, pero sí emocional: en ambas historias, mujeres sometidas por imperios, sin más poder que su cuerpo, tomaron decisiones radicales frente a la violencia y la opresión.
En la cultura popular griega, el evento ha sido representado en canciones folclóricas, películas y celebraciones locales. El término “danza de Zalongo” se ha convertido incluso en una expresión simbólica para hablar de sacrificios colectivos, decisiones imposibles o finales trágicos con dignidad. En el sistema educativo griego, se enseña como un ejemplo de los horrores de la ocupación otomana, aunque no siempre con la profundidad crítica que merece.
La historia también ha sido utilizada —a veces con ligereza— en discursos políticos o nacionalistas, como ejemplo de “valor griego”, lo cual simplifica una experiencia humana profundamente compleja. El riesgo de convertir una tragedia en mito radica en borrar las voces individuales que la vivieron, en diluir el sufrimiento real detrás de un símbolo abstracto.
Mirando desde fuera, es evidente que la danza de Zalongo ha trascendido el marco de un conflicto local. Es un recordatorio global de lo que ocurre cuando la dignidad humana se ve amenazada, y de cómo incluso los actos más desgarradores pueden convertirse en memoria compartida. Pero también es un llamado a no instrumentalizar el dolor, sino a escucharlo y aprender de él.
Reflexión final: ¿Qué nos enseña Zalongo hoy?
Cada vez que recuerdo la historia de la danza de Zalongo, no pienso en heroínas ni en mártires. Pienso en mujeres con miedo, en decisiones tomadas bajo presión extrema, en la injusticia de un mundo que arrincona hasta borrar la humanidad. Y entonces me pregunto: ¿cómo es posible que algo así ocurriera? ¿Y cuántas veces ha vuelto a ocurrir, aunque bajo otros nombres y contextos?
Zalongo no es solo una montaña en Grecia. Es una herida que late en muchas geografías, en muchos cuerpos, en muchas memorias. Hoy, cuando hablamos de violencia de género, de migración forzada, de guerras y persecuciones, seguimos viendo a mujeres atrapadas entre el abismo y la invisibilidad. La historia de Zalongo nos muestra hasta qué punto la falta de opciones puede empujar a las personas a límites impensables.
No deberíamos recordar la danza de Zalongo para glorificarla, sino para evitar que se repita. Para exigir condiciones sociales, políticas y culturales donde las mujeres —todas las personas— nunca más sean obligadas a elegir entre la muerte o la esclavitud, entre el silencio o el sacrificio.
A veces, el pasado no está tan lejos. Y si queremos que esta historia sea útil, no debe quedar anclada en monumentos ni himnos, sino transformarse en acción. En políticas públicas, en educación crítica, en memoria activa.
Porque al final, lo que más necesitamos no es repetir su danza. Es cambiar el mundo para que ninguna mujer vuelva a necesitarla.