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Los banquetes en la antigua Grecia

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En los banquetes en la antigua Grecia, más que comer, lo que hacían los invitados era hacer una reunión en casa de un rico anfitrión para beber, escuchar música, disfrutar de bailarinas y, sobre todo, hablar de todo lo divino y lo humano.

La invitación a estas reuniones no era demasiado formal. El anfitrión podía hacerla al encontrarse casualmente con los amigos en la calle o en el ágora. Tampoco parece que hubiera problemas si algún invitado traía por su cuenta a otro amigo al banquete. También acudían sin ser invitado y comían gratis siempre y cuando, estos animaran la reunión con sus chistes y gracias. Cualquier ocasión festiva podía justificar un banquete: el triunfo de un atleta o de un autor trágico, una celebración familiar y la partida o llegada de un amigo. Por lo general, el anfitrión pagaba todos los gastos, pero a veces cada invitado llevaba sus propias provisiones, aunque el vino corría siempre por cuenta del dueño de la casa.

Los invitados de los banquetes en la antigua Grecia

Cuando los invitados llegaban, un esclavo los acompañaban a la sala reservada para estos banquetes: el andrón, la «sala de los hombres», reservado a los hombres y vetado a las mujeres libres. Después, los invitados se acomodaban sobre un lecho y un esclavo les lavaba las manos y les quitaba las sandalias antes de que se reclinasen. La buena educación exigía conceder un tiempo a admirar la decoración de la sala.

La cena en los banquetes de la antigua Grecia

La primera parte de la reunión se dedicaba a la cena. La comida en la Atenas clásica era sencilla y escueta. El queso, las cebollas, las aceitunas, los higos y el ajo eran esenciales en la gastronomía. También se consumía una especie de puré de judías y lentejas. La carne se trinchaba en trozos pequeños, ya que todo se cogía con las manos. Tampoco había servilletas; se limpiaban los dedos con trozos de pan que luego tiraban al suelo para que se los comieran los perros de la casa. Los postres consistían por lo general en frutas, como uvas e higos, o bien dulces elaborados con miel. Durante la cena también se servía vino a los invitados.

Al finalizar la cena, los esclavos retiraban las mesas y limpiaban la sala. Entonces comenzaba el simposio. Era el momento de disfrutar despreocupadamente con el vino. Los invitados se perfumaban y se ponían guirnaldas en la cabeza. Estas guirnaldas, de mirto o de flores, no sólo eran un adorno refinado para la reunión, sino que al parecer atenuaban los dolores de cabeza que producía el beber tanto vino. Luego realizaban una libación de vino puro en honor a Zeus y a los dioses Olímpicos. La libación consistía en beber una pequeña cantidad de vino puro y derramar algunas gotas invocando el nombre del dios. Estas prácticas, obligatorias en todo simposio, nos recuerdan que el banquete tiene un origen religioso, pues en tiempos más antiguos la cena estaba precedida por un sacrificio en el que se daba muerte a los animales que se iban a consumir.

A continuación se designaba, generalmente al azar, el jefe del simposio, el simposiarca. Su función era decidir la mezcla de agua y vino que se debía realizar y cuántas copas tenía que beber cada invitado. La desobediencia al simposiarca suponía una sanción: bailar completamente desnudo o dar vueltas a la sala llevando a cuestas a la flautista.

Los griegos no bebían el vino puro. Éste se mezclaba con agua dulce en un recipiente de cerámica especial llamado crátera. Por lo general, la mezcla era de dos partes de vino por cinco de agua, o bien una parte de vino y tres de agua. Así se alargaba el placer de la velada, de modo que sólo al final de la noche los comensales estaban realmente borrachos. Una sola copa circulaba de izquierda a derecha entre los invitados y un joven esclavo se encargaba de llenarla de la crátera en cada ocasión. Además, durante el simposio, para despertar la sed, los invitados picaban de las mesitas frutos secos, habas o garbanzos tostados, aperitivos que se llamaban tragémata.

Los juegos en los banquetes de la antigua Grecia

Además de beber, los invitados se distraían de formas variadas. Sin embargo, lo más habitual era que cantaran al son de la lira canciones tradicionales, escolios, breves y sencillas que trataban sobre la amistad y los placeres del vino. La palabra escolio, que en griego significa «oblicuo», indicaba el orden que se seguía para continuar el canto. Así, los convidados iban cantando por turno pasándose una rama de mirto.

Uno de los juegos más populares era el cótabo. Una vez vaciada su copa, el invitado la cogía con un dedo por el asa y le daba vueltas con la intención de lanzar los restos de vino que quedaban hacia un blanco fijado previamente, por lo general otra copa. Al tiempo que lo hacía, pronunciaba el nombre de la persona amada. Si daba en el blanco, se consideraba un presagio favorable para sus pretensiones amorosas. En el año 404 a.C., un aristócrata condenado a muerte, Terámenes, demostró su sangre fría jugando al cótabo con la copa de cicuta mientras pronunciaba las palabras «Por el bello Critias», que era quien le había condenado.

Para amenizar el simposio nunca podía faltar una flautista. En las representaciones del simposio sobre cerámica la vemos actuando semidesnuda entre los asistentes que, con un brazo detrás de la cabeza, parecen transportados por la música. Al parecer, al final del banquete ponían en subasta a la flautista, lo que creaba discusiones y peleas entre los participantes.

La vuelta a casa de los banquetes en la antigua Grecia

El anfitrión podía traer bailarinas, acróbatas u otros artistas. En el Banquete de Jenofonte, el rico anfitrión Calias contrató a un empresario que ofrecía todo un equipo de animadores: una flautista, una bailarina acróbata, y un muchacho que tocaba la lira y que también bailaba. Al final de la velada, los bailarines ejecutaron una especie de danza erótica, que representaba las bodas de Ariadna y Dioniso, el dios del vino, y que excitó enormemente a todos los invitados.

Otras mujeres que asistían con frecuencia al simposio eran las heteras. Las heteras eran cortesanas de lujo que se convertían en acompañantes habituales de un hombre que podía pagar sus servicios. Deslumbraban con su belleza y entretenían a los hombres con su ingenio y su conversación. El simposio les ofrecía la posibilidad de mostrar sus encantos y encontrar generosos protectores.

Cuando el simposio terminaba, los asistentes, adornados con sus guirnaldas, salían a las calles y formaban una procesión festiva de borrachos, llamada kómos. Bailaban, gritaban e insultaban a cuantos encontraban a su paso, y también atacaban y dañaban las propiedades ajenas. Su actitud era un desafío a las normas de la sociedad, pues no podemos olvidar que el simposio era propio de la aristocracia. Por eso, en algunas ciudades se crearon leyes para impedir estas conductas soberbias hacia otros ciudadanos y destructivas hacia sus bienes.

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Viaje con destino a Grecia

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