
En Delfos, lugar que los griegos consideraban el ombligo de la tierra, existía un templo al dios Apolo allá por el siglo VIII a.C., y desde entonces se estableció una red de peregrinaje que unía toda Grecia hacia este lugar. En el oráculo de Delfos, lo usual era que las polis mandaran delegaciones sagradas (theoría) que debían emitir al oráculo cuestiones sobre temas públicos. Junto a los representantes oficiales viajaban asesores privados, cuyas preguntas debían de diferenciarse, lógicamente, de las que proponían la ciudad.
La función principal del oráculo no era predecir el futuro, sino proveer de aceptación divina a las decisiones políticas de las ciudades. Aunque Delfos no intervenía directamente en la política de las ciudades-estados, sus oráculos podían ser tratados como arma política si fuese necesario.
La llegada al oráculo de Delfos
Cuando los peregrinos llegaban al oráculo de Delfos, los recibía un embajador que cada polis tenía en el templo (Próxenos). Se supone que los días en que el lugar estaba abierto a consultas debía de haber allí muchas personas, y que las colas para acceder eran incesantes. Sin embargo, no todos tenían que esperar, había ciudades como Atenas o Esparta que disfrutaban de una prioridad de consulta (promanteia), de la que se aprovechaban tanto sus emisarios como los ciudadanos privados que los acompañaban.
Lo primero que encontraban los viajeros era la zona conocida como Marmaria por los mármoles de los edificios allí construidos. Luego los peregrinos pasaban por la fuente Castalia, que brotaba entre las dos rocas Fedríades («brillantes»), y se purificaban con sus aguas. Acto seguido entraban en procesión por la vía Sacra, ya en el interior del santuario propiamente dicho.
La vía Sacra ascendía por una acentuada cuesta y estaba rodeada por los tesoros de destacadas ciudades: Sición, Sifnos, Cnido, Tebas, Atenas, Corinto y Massalia. Los tesoros eran pequeños templos o capillas en los que se conservaban las ofrendas y donaciones que los ciudadanos de una polis entregaban al santuario. Después esta calzada llegaba al templo de Apolo, más arriba se encontraban la plaza, el gimnasio, el estadio y el teatro. Este edificio, con capacidad para unos 5.000 espectadores, acogía los certámenes artísticos de los juegos píticos. Estos se celebraban en honor al dios Apolo e incluían competiciones atléticas y celebraciones religiosas. De estos juegos hablaré en otra ocasión.
La consulta al templo de Apolo
Frente al templo estaba el altar para realizar los sacrificios. Las consultas al oráculo se pagaban en forma de sacrificio o de pastel. Tanto los animales para sacrificar como las tartas sagradas (pélanos) se vendían en el propio templo. Aunque no se conocen los precios, se supone que el precio mínimo por la ofrenda debería ser asequible para un ciudadano medio. Sin embargo, los más ricos solían ofrecer, además de un sacrificio, regalos en forma de estatuas, trípodes u otras ofrendas.
Poco se sabe de la organización en el interior del templo. Allí se encontraban la sacerdotisa pitia, por cuya boca hablaba Apolo, y el cuerpo de sacerdotes que la atendía y que se repartía las diferentes tareas. Aunque no se conocen con certeza las atribuciones de cada grupo, se cree que los hieréis se encargarían de los sacrificios; los prophetai se ocuparían de ayudar a la pitia e interpretar sus palabras, y los hósioi del culto.
El peregrino entraba en el templo a través del chresmographeion, donde se guardaba el archivo del santuario con la lista de consultantes, sus preguntas y respuestas, así como la lista de vencedores en los juegos píticos. Según la tradición, había un lugar oculto en el templo de Apolo, el ádyton, al que la pitia descendía, con una corona y un bastón de laurel, cuando le llegaba el momento de entrar en éxtasis y comunicarse con la divinidad.
Se cuenta que ahí masticaba laurel, bebía agua de la fuente Casotis y se sentaba en un gran trípode situado sobre una grieta natural del suelo de la que salían vapores. Al inhalarlos, la sacerdotisa entraba en un estado de excitación gracias al cual pronunciaba las palabras, quizás incomprensibles, que los sacerdotes del templo escuchaban y escribían, y que luego se entregaban al consultante.
La decadencia del oráculo de Delfos
Después de la consulta, el peregrino regresaba al chresmographeion, donde los prophetai le entregaban por escrito un informe oficial y la respuesta del oráculo interpretada y formulada solemnemente, a menudo en verso. Tras esto emprendía el viaje de regreso a casa, tan peligroso como el itinerario de ida. De hecho, la gran cantidad de problemas y obstáculos a los que se enfrentaron los peregrinos entre el estallido de la guerra del Peloponeso (431 a.C.) y el advenimiento de Alejandro Magno contribuyó a la pérdida de importancia del oráculo y al desuso de las rutas de peregrinaje.
Durante la guerra, por ejemplo, los atenienses se acostumbraron a visitar el oráculo de Dodona porque Delfos había caído en manos espartanas. El prestigio de Delfos comenzó su declive tras la muerte de Alejandro, en 323 a.C., aunque continuó siendo un centro de atracción durante la época helenística y el período romano. Por fin, en 391 d.C., el emperador romano Teodosio decretó el cierre de todos los oráculos y la prohibición de la adivinación de cualquier tipo. El cristianismo había silenciado la voz de los antiguos dioses griegos.
Para saber mas
Puesto que esto es un pequeño resumen de la importancia y el uso de este templo para los antiguos helenos, os voy a dejar algunas lecturas, que a mi parecer son bastantes acertadas para profundizar más sobre este monumento y otros de su mismo carácter.